Apague y vámonos, un año que viene y otro que… ¡se fue!

Foto | archivo particular
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¿Una última y nos vamos? Así dicen aquellos que les gusta ‘pegarse’ sus polas y traguitos (que, para esta época, pues bien digo yo, solamente que de por Dios no manejen si lo hacen, en serio, es una tortura para muchos así no lo expresen) y hace parte de las mil mentiras colombianas, si es que no son más, tales como: “mañana le pago”, “¿Cuándo le he quedado mal?”, y un sinfín más; aunque, en este caso uso esta pregunta para referirme a una última “redactadita” del presente, y no me voy a ir, eso sí, valga para despedir el 2023.

Por | Gonzalo Bohórquez
X: @GChalito

Muchos esperan que el año nuevo traiga milagros, que les cambie la vida, la suerte, lo habido y por haber, y pienso que, sin ser ni querer dármelas de consejero espiritual ni mucho menos, además de que hay mucho de ello en libros, videos, etcétera, si debemos hacerlo nosotros. Ni el año que viene ni los que vendrán, ni un super héroe, personaje, conocido, familiar, parcero, “amiguis” o cualquiera por ahí nos cambiará si no empezamos desde casa y desde nuestro ser.

Es sencillo si uno se detiene a revisar. La realidad puede ser un asunto diferente. No ahondaré en esto, porque como les digo, hay mucha tela al respecto. Ni un calzón amarillo, ni espigas, ni una cantidad de tradiciones lo harán. Por supuesto que este servidor y en mi casa tenemos algunos de los agüeros; sin embargo, concuerdo mucho con algunos de nuestros lectores que nos comentaron en un reciente foro que confiar en Diosito, independiente de la fe que se profese, y hacer valer nuestra voluntad, pueden ser clave. La misma que mueve montañas. O que te vuelve fuerte, así dejé muchas cosas que no le aportaban a mi vida, a punta de voluntad, y espero que me ayude a combatir otras tantas.  

‘Traigo un ramillete’ de recuerdos, fue un dos mil veintitrés bastante complejo. Duro, bonito, cargado de enseñanzas y de lecciones. Reímos y lloramos. Nos abrazamos, cantamos, suspiramos. Somos humanos. Doña Carmelita se nos fue y nos acompaña desde el cielo, “Simonseichon” nos endulza los días, seguimos en pie, “la luchamos” como buenos colombianos, la rebuscamos, estudiamos, trabajamos, descansamos, seguimos, no paramos, le hacemos el quite a la tristeza y reanudamos. Hacemos deporte, nos cansamos, nos reinventamos diariamente, eso no solo se trató de la pandemia que tantos rezagos dejó y que en muchas oportunidades olvidamos. La empatía, ¿se nos acabó? Bueno, eso pareciera.

Hay tanto que no se alcanza a decir, hacer, recordar, trabajar, vivir, en 365 días, que, de seguro, tampoco lo podré plasmar en un artículo. Simplemente agradecer por tantas bendiciones en medio de la locura colectiva que nos arrastra. 

Aprovecho para referirme a este espacio, que, aunque no parezca, demanda tiempo y algunas horas de contraste, de pensamientos, de sentimientos, de qué decir y cómo decirlo, de este lindo oficio que desde mi segunda casa he podido realizar. Como les respondo a mis amigos, de darle a la “escribición” (término que no existe sino en mi lenguaje) que me llena de fuerza, de felicidad, también me pone nostálgico y demás, y, sobre todo, que tantas sorpresas me ha traído. Nunca imaginas quién te leerá. A quienes lo hacen, lo han hecho y ojalá me sigan acompañando, mil y mil gracias, espero aportar algo siempre y que me cuenten de qué más les gustaría charlar y cómo mejorar estas letras que están hechas para llegar a ustedes.

Cómo no agradecerle a El Todopoderoso por mi amada “Clau”, quien ha decidido aguantarme por casi ocho años (bueno, ahí lidiamos el uno con el otro, jejeje); por mi grandotota hija que ya es toda una mujer (Lunita consentida por quien pedimos a diario y que algún día escribiré tantas líneas como sea posible); por mi adorada familia, mi mamita linda de mi alma y de mi corazón (amiga, confidente, motor e impulsora de todo lo que soy), mis sobrinos hermosos (ya les mencioné a Simón Matías de apenas un añito y está el mayor, Juancho, con quien compartimos el gusto por el fútbol y el amor por Millos), mi hermanita preciosa (ejemplo, una ‘berraca’ y mi orgullo) y mi querido cuñado (que se la llevó, mmm, mmm… jajaja), y claro, por la familia de él.

Por mis tías y tíos, así como mis primos (no diré nombre alguno, ya que a todos, así no nos veamos seguido y no nos hayamos visto hace rato, los llevo en mi corazón); por la familia de mi novia (que aquí entre nos, me pelean conocidos que a mi edad y por ser con quien convivimos ya no debo llamarla así… eso será otra historia por contar), en especial por Johncito que desde lejos persigue sus sueños y cuando eso pase (y reciba por ejemplo un Óscar), espero poder decir por lo menos que soy su amigo; por mis ‘parceras’ y ‘parceros’ (tampoco diré nombres, ellos casi que son contados y saben perfectamente quiénes son).

Por mi segunda familia que me ha acogido para desarrollar una de mis pasiones y con quienes, al igual que en mi seno familiar, vivimos las duras, las maduras, las buenas y las que se han presentado.

Por quienes nos permiten informar día a día, todos aquellos con los que se ha logrado continuar el legado de nuestro director eterno y que han ratificado la seriedad de este medio de comunicación.

Por mis queridos y estimados colegas (un buen número de ellos amigos), que cada quien, desde su estilo y forma de plasmar lo que sucede en la capital de los boyacenses, la región, a nivel nacional y de vez en cuando internacional, estamos en este esfuerzo por mantener el quehacer del periodismo (para ellos mis respetos, quizás en medio del agite cotidiano no lo digo, pero todos tienen su mérito); obviamente, hay algunos «personajes» que lastiman y ponen en riesgo nuestra profesión, solamente que este escrito no es para hablar de ello.

Es una lista bastante larga de agradecimientos, entre ellos, me gustaría destacar a nuestros deportistas que son unos verdaderos duros, tanto en deporte convencional como en no convencional (y quienes en año de Juegos Nacionales y Paranacionales, a pesar de las dificultades, sacaron la cara por «la tierrita»); a los que se dedican a limpiar nuestros desastres (barrer calles, andenes, recoger nuestra basura, en fin), a los que nos atienden que no es cosa fácil (en cafeterías, restaurantes, tiendas y en general de servicios); y en este año que fue de elecciones (bastante tenso para la mayoría), a los que escogimos y a los que no, que tendrán la responsabilidad de liderar las riendas del departamento y cada uno de sus rincones, para que Nuestro Señor ilumine sus decisiones por el bien de la comunidad y de todos en general.

Estar muy alegre también por aquellos obsequios que nos brinda el creador en nuestra existencia y que a veces pasan increíblemente desapercibidos, por ejemplo, al despertar (que lo tengo presente por un meme que vi en estos días), la dicha de abrir mis ojitos, el simple hecho de respirar y poder levantarme. Soy inmensamente afortunado.

Por todos los que ya no están, por quienes nos piensan y extrañamos en la distancia, por esos amigos del alma y seres queridos que están pasando momentos difíciles; por quienes no cuentan con un techo, comida, trabajo, salud, una mano amiga.

Tanto trabajar y.. ¿no tenemos nada? Obvio que sí. Razones sobran.

Para finalizar debo ser sincero, les mentí: «Apague y vámonos» es solo un dicho y el enganche que escogí para titular. Por el contrario, prendamos las luces de nuestros hogares, de lo más profundo de nuestro ser, y una luz demasiado importante: la de la esperanza.

Comamos uvas, pidamos deseos, pasémosla como mejor podamos. Hay quienes no podrán. La felicidad es subjetiva, que las nuevas páginas por escribir reciban lo mejor de mí, de ti, de todos. Y para todos.

‘Una última y nos vamos’ también es más chévere en película, una mexicana. Ahí les dejo la inquietud y cuando la vean, o para los que ya la han disfrutado me comprenderán: ¡ganamos! 

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