Colombia entera necesita replantear su vida

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Hace años escribimos todo esto, sin nunca imaginarnos que hoy en día cobrara tanta actualidad.

Hay un principio que dice: “el dolor une a los hombres”. Y es cierto. Está comprobado históricamente. Todo pueblo sobre la tierra, que ha experimentado en su propia nuca, el acero cruel de la opresión, del maltrato, del abandonado, del condicionamiento, en fin, de formas de explotación, de esclavitud, habrá tenido sus levantamientos, sus explosiones sociales, luego de sufrir tanto, el arbitrio y hasta el despotismo de sus amos.

Unos pueblos han sido afortunados en sus propias luchas liberadoras. Otros, han fracasado; sin que nuevamente lo vuelvan a inventar. Aunque no han faltado los casos de pueblos que se han visto traicionados, por quienes en algún momento fueron sus líderes, pero que luego, al conquistar, formas de poder, terminaron traicionado a su propia clase; convirtiéndose a veces en amos peores; más arrogantes que como pudieron serlo, los verdugos de tiempos atrás.

De este tipo de ironías también está cargada la historia. De todos modos, los esfuerzos humanos, las luchas libertarias y aún reivindicativas, siempre tuvieron como punto de partida, esa circunstancia del dolor colectivo, del sufrimiento del pueblo estancado. Por eso se ha llegado a qué poderes establecidos, al verse amenazados, teman más a una masa humana, desbordada, que a ejércitos rebeldes buscando el poder.

Es el drama y la tragedia de lo social que a veces lleva a que pueblos se tomen irresistibles y acaben por señalar que lo más conveniente  y saludable es el abandono del poder, por parte de amos que no supieron  sortear situaciones o terminaron en torpezas.

“Decíamos que el dolor une a los hombres”. Del mismo modo podríamos decir, que el amor, entendido como ley humana, de ansiedad de justicia, de fraternidad vivida, compartida, también es fuerza compacta, irresistible, capaz de ser determinante para que tantas cosas cambien. Ya se viene diciendo en forma práctica: “Solo el amor, hará distintas las cosas”.

¡Pero vaya a predicarse el amor! ¡Vaya a ser intentado, desde los “amores” que cada quien vive y defiende! Los unos amando el poder; los otros amando lo ambicionado o conquistado, o a lo mejor, atrapado, desde lo fácil, desde lo ilícito. No faltarán los muchos, que por ley de vida, luchan por sobrevivir: es ante todo, forma de quererse, de amarse, de sentirse capaz hasta de romper yugos, aceros, colocados en el cuello.

Pretender que el cínico ame, es tan difícil como lograr que el abatido a su propia suerte no deje de experimentar rabia contra los autores de tanta barbaries, contra los excluyentes.

Tanto el cínico, como el golpeado por injusticias establecidas, necesitarían de su propio proceso de conversión, de cambio, para llegar a entender de amor. Con todo, la ley del amor, que es renacer, que es reconstruir la vida, será lo único que salva al cínico y al resentido; entonces, tendrán que cambiar de mirada; es ley humana, para lograr cambiar el corazón, esto para el cínico y también para el que se ha perdido en su propio resentimiento.

Definitivamente el mandamiento del amor, es para gente que a partir de una resurrección desde su propia interioridad, logre crear el gran signo de tornar distintas todas las cosas. Así mentalidades y estructuras.

La gran tragedia de los hombres de nuestro tiempo no son tanto las guerras y las violencias, que tantas cosas y sueños hacen parecer, como en actos suicidas de la misma humanidad.

Lo más preocupante y trágico, es la necedad humana, por no intentar siquiera construir culturas y civilizaciones desde el supremo precepto del amor; que hace suponer la humildad del hombre para acogerse a lo justo. Y lo justo comienza, cuando se renuncia a amores subjetivos, a la mirada de carroña y se opte por la mirada de cielo; que es la que permite sentir la vida desde un corazón ya perteneciente al reino de la luz y no al de las tinieblas.

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